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Según Escobar, la activista se encontraba deshidratada y no tenía previsto abandonar la huelga de hambre. La llamada que solicitó el traslado fue realizada por un miembro de la plataforma de apoyo de Haidar, después de que todo el día sufriera mareos y náuseas. En las últimas horas, además, había vomitado sangre.

Este mismo miércoles, Haidar aseguraba encontrarse bien, aunque comenzaba a acusar "problemas de estómago, de riñones y náuseas". Así se lo expresó a una persona de su confianza a través de un SMS escrito en francés. No obstante, en las escasas ocasiones en los últimos días ha salido del cuarto donde duerme en el aeropuerto de Lanzarote para ir al baño, se la pudo ver muy pálida y con expresión de cansancio.

Pero su moral no desfallece. Su empeño por resistir hasta que pueda regresar a El Aaiún le ayuda a ser firme en su protesta, según afirmó en una entrevista con el diario argelino El Watan, donde no ha dudado en arremeter contra Rabat. "Quiere mi muerte, es eso lo que quiere, ésa es su gloria. Su testarudez, su huida hacia delante, no pueden ser interpretadas de otra forma", asegurado Haidar.

Hace casi 15 años, un periodista había terminado de viajar por Ruanda y el sur del Congo, que salían y entraban de guerras civiles y empezaban a perfilar lo que serían más adelante acusaciones de genocidio. El agente de migración en el aeropuerto de Kigali, un microcosmos del caos con paredes tapizadas de hoyos de las balas de ametralladoras, se quedó viendo el pasaporte y le preguntó en tono afirmativo: "¿Mexicano?; ahí todos son narcotraficantes". El reportero sintió la discriminación humillante que ya había visto en varias fronteras en contra de los colombianos, que pagaban religiosamente la mala fama mundial de sus cárteles de la droga, inclusive en los propios aeropuertos mexicanos.